Por Raquel González (psicóloga deportiva)
Desde hoy, sujeto por dos imanes en la puerta de la nevera, un papel recortado con mimo en forma de círculo en el que con letras grandes de trazo firme que denotan la determinación con que han sido escritas, se puede leer una fecha, un lugar en el mapa y una cifra de tres dígitos.
Lo veré ahí cada día durante los próximos 240 días, por si me despisto.
Y además lo verán las personas con las que convivo y que van a estar marcadas también los próximos 8 meses por este círculo que es mi gran objetivo deportivo del año.
Los sueños son frágiles, flotan huidizos en el espacio aéreo de la mente y se esfuman con tantas corrientes de aire y humo contaminado. Cuando quiero retener un sueño, lo cristalizo. Este cambio de estado químico tiene la bondad de aportar a mi sueño realismo y convertirlo en un objetivo, algo con forma propia, menos etéreo y más realizable.
Ahí es cuando se plasma con esmero en un papel, porque un objetivo no se piensa, se escribe. No como el que escribe con descuido la lista de la compra o la cita del dentista. No. Se dibuja con la mejor caligrafía, con la conciencia plena de lo que exteriorizamos en ese trozo de papel. Y pasa a ocupar un lugar privilegiado, donde probablemente más veces lo veamos, que éste es sin duda, al menos en mi casa… la puerta de la nevera. Y ahí está ahora, entre los teléfonos de emergencias y el menú de la semana.
Decidirme a escribirlo ha llevado su tiempo… y su reflexión. Elegir hacia dónde queremos que nos lleve la vida, es el comienzo que va a determinar cada uno de nuestros pasos, su firmeza, nuestro cansancio y la dirección de nuestra energía, los caminos y lugares que visitaremos y las personas que nos acompañarán. Lo que de añadidura nos encontremos no siempre va a estar en nuestra ruta de viaje, pero para empezar, en lo que de nosotros dependa… más vale elegir, y elegir bien.
Por eso, antes de saturar mi nevera con cientos de buenas intenciones y propósitos propios del primer mes del año, llegados a mi cabeza por los cortocircuitos del ego, la culpa, la frustración, el miedo, la necesidad de reconocimiento, la nostalgia, la euforia sin control… o ¡vete a saber!!, hago un ejercicio de honestidad y me pregunto: “¿estoy enamorada de este reto?”
Yo sé que estoy enamorada del círculo que ocupa media puerta de la nevera, porque vuelvo a mirarlo y miles de hormigas habitan en mi estómago y a poco, se me va la cabeza imaginándome ya por esas montañas, y cuando veo el número de kilómetros, el vértigo me hace buscar apoyos, y cuando cuento los días hasta la fecha, se me acelera el pulso como si estuviera ya bajo el arco de salida, y siento una imperiosa necesidad de correr, entrenar cuestas y escaleras, y hasta ejercicios de propiacepción, ¡lo que haga falta!!
Pero el ejercicio de honestidad va más allá de reconocer estos síntomas de flechazo. Si no queremos que nuestro enamoramiento se pierda bajo los estrictos horarios del día a día, las listas de la compra, las quedadas con amigos, los viajes, el constipado de principios de invierno y el de final de primavera, la más que probable lesión por sobrecarga que nos visitará un par de semanas, los días de trabajo interminables y todo aquello que se acaba convirtiendo en excusa, impedimento o refugio, más vale hacernos pasar por un tercer grado con detector de mentiras que nos confronte con nosotros mismos: ¿A qué estoy dispuesto por este objetivo? ¿Viviría los próximos 240 días por él? ¿Entrenaría a las 5 de la mañana porque ese será mi único momento libre de algunos días? ¿Correría con frío, con lluvia, o con el calor de los peores días de verano? ¿Pasaría horas por la montaña pegada a una luz?
Cuanto más exhaustivo sea el interrogatorio y las respuestas más sinceras, más cerca estaremos de comprender que eso que llamamos comúnmente fuerza de voluntad, no es una virtud de unos elegidos y excusa del resto. Será tan fuerte como lo sea el compromiso con lo que nos proponemos, tan intensa como elevada sea la prioridad y tan perdurable en el tiempo como satisfaga alguna de nuestras necesidades no solo como deportistas sino como personas: ¿Tiene sentido en mi día a día? ¿Responde a mi propósito en la vida?
Así que, estate atento a cazar tus sueños, a ponerles nombre y fecha, recoger cada uno de los cristales y darles forma de plan, de estrategia, de pequeños retos que te acercarán a ese gran objetivo que apareció en una nube en tu cabeza o como una palpitación en tu corazón.
Y a partir de ahora, y durante los próximos 240 días, como en el amor… toca cuidar cada día los detalles y aprender de los errores. Y como en el amor, sin garantía total de éxito. Los objetivos se pueden conseguir… o no. Hay un gran aprendizaje para la vida que nos llega a los deportistas persiguiendo objetivos y derrochando esfuerzo:
Querer no es poder.
Pero esto no es ningún drama.
Querer es el primer paso.
El primero de algo más grande que conseguir un objetivo: vivir atreviéndonos a intentarlo, cristalizando sueños, dando lo mejor de nosotros, inmunes a la frustración, sumergidos en la incertidumbre como ecosistema natural, comprometidos en nuestro propósito, centrados en lo que depende de nosotros y aceptando el clima que tenga que venir el día de la carrera. En definitiva, haciendo valer el camino recorrido, lleguemos a ver o no el arco de meta.
¡Felices e ilusionantes objetivos!